LA NACION entrevistó a cinco mujeres que, al momento de formar una familia, dejaron carreras exitosas y el confort de Buenos Aires por la paz del campo, y hoy no se arrepienten del cambio.
VENADO TUERTO.- Vivían en Buenos Aires con sus familias, amigos y ocupaciones, y por esas vueltas del destino se casaron y se fueron a vivir al campo. Eso les produjo un cambio importante, porque tuvieron que empezar de cero: consiguiendo casa, conociendo la gente del lugar y sus costumbres.
Amalia Aramburu tiene 34 años, está casada con Ignacio Guerrico y tiene tres hijos. En Buenos Aires, Amalia trabajaba como responsable de Registro de Productos en Syngenta, cuando le surgió la posibilidad de ir a vivir al interior. Así, se instaló con su marido en el campo, situado a 35 km de Alejo Ledesma, al sudeste de Córdoba.
"Cuando llegué no sabía ni qué me gustaba, con decirte que me anoté en un curso de pintura de muebles y pasaban los meses y mi mueble seguía ahí; incluso la gente del campo se ofreció a pintármelo", admitió con mucha gracia.
Desde el principio Amalia colaboró con el marido, pero buscó una ocupación propia. Así, por casualidad, comenzó a dar clases de inglés en el colegio del pueblo. "Estoy muy agradecida con esta posibilidad, porque la disfruto mucho", comentó.
Amalia dice que las ventajas más importantes del cambio es dedicar tiempo a la familia, tener contacto con la naturaleza y realizar actividades enriquecedoras. "En Buenos Aires apenas tenía tiempo de llevar las chicas al médico". A pesar de que al principio le costó salir de una vida organizada, Amalia sostiene que "hoy por hoy no me arrepiento de nada".
Ana Garat también tiene 34 años, está casada con Matías Aldasoro y tienen una hija de dos años y medio. Antes de su matrimonio, Ana trabajó en la edición on-line de un importante diario. "Cuando me casé me fui a a General Villegas y renuncié a mi trabajo, con gran dolor de mi alma. Al tiempo, mi jefa me propuso trabajar desde donde estaba."
Luego a Ana y a Matías los trasladaron a Venado. "Fue el cambio más difícil, porque yo estaba encariñada con el lugar. No era que me costaba venir a Venado, sino que me costaba dejar Villegas", explicó.
Luego de dos años, su marido comenzó a administrar un campo a 18 km de Elortondo y 65 de Venado. "Adonde va Matías yo lo sigo con la computadora. Cuando nos mudamos a Venado lo primero que hicimos fue pedir la conexión por Internet", señaló.
Ana valora la amplitud de la empresa con respecto a su trabajo, ya que vislumbraron la posibilidad de que pudiera continuar trabajando y viajara a Buenos Aires una vez por mes. "Mi trabajo es la combinación ideal que me permite vivir en el campo y viajar a Buenos Aires."
Ana sabía que con Matías iba a vivir en el interior y era lo que más quería, porque de chica había vivido en el campo. "Lo que más siento es que Martina no crezca cerca de mi familia, pero estoy a favor de vivir en el campo porque es bárbaro para la educación de los chicos, me encanta que mi hija esté en contacto con diferentes tipos de personas", subrayó. "No cambio por nada esto. Todos los días vamos con mi hija a despedir el sol y le dice: hasta mañana sol, hola luna. Son detalles que forman parte de mi cotidianidad", dijo.
Entre las desventajas de vivir en el campo, Ana señaló la problemática de los caminos intransitables cuando llueve y a la poca oferta de alternativas personales de realización. "Pero sería bueno que más gente venga a vivir al interior, no es tan horroroso como algunos piensan."
Agustina Dumas es la más chica del grupo (28 años), está casada con Marcos Cayol y tiene 2 hijos. Es licenciada en Economía y trabajaba en eso hasta que se casó. "Sabía que nos íbamos a ir al interior, lo que no sabía era a qué lugar, porque mi marido trabajó en Neuquén, en Formosa y en Buenos Aires. Justo antes de nuestro casamiento surgió la posibilidad de administrar campos en el sur de Córdoba, y así vinimos a Venado", comentó.
Fue entonces cuando decidieron instalarse en el campo familiar, en el cual el marido no trabaja directamente. "Al principio lo que más me impactó fue el ritmo, no saber qué hacía la gente de las 12 a las 16, y ahora aprendí a valorar ese tiempo, y dejar de lado esa idea de Buenos Aires de que si tenés tiempo libre sos un vago", admitió Agustina.
Cuando Agustina llegó a Venado surgió la posibilidad de administrar la empresa familiar en Maggiolo. "Voy de lunes a jueves a la mañana y después puedo estar con los chicos. Mi prioridad es mi familia", enfatizó.
Agustina considera que no tiene que lidiar con las desventajas de estar en el campo, ya que está cerca de Venado, pero reconoce que para otros puede ser más complicado. Pero dice: "Sin importar dónde estés, hay que comprometerse con el lugar, y realizar actividades que te hagan sentir que estás viviendo a pleno".
Alejandra Miller, la decana del grupo, tiene 49 años, está casada con Julián Petersen y tiene 3 hijos.
Alejandra estudió Licenciatura en Geografía, y cuando se casó se fue a vivir a Salto. "Estaba feliz, ya que mi familia tiene campo y nos pasábamos allí", contó. "Después nos vinimos acá, porque Julián comenzó a asesorar a un grupo CREA y administraba este campo", explicó.
"Cuando me casé me desteté abruptamente: quedé embarazada enseguida, no tenía auto. Pero a mí siempre me gustó pasarme todo el día a caballo y trabajando a la par de los peones en el campo."
Alejandra siempre fue ama de casa, pero eso no le impidió comenzar con un emprendimiento: clases de cocina y fabricación de tortas. "Nos iba muy bien, y llegó un momento en que nos podríamos haber agrandado, pero yo no quería trabajar afuera de casa."
Hace pocos años Alejandra armó una empresa para vender ensaladas a los supermercados, por lo que tuvo que volver a Buenos Aires. "Me costó muchísimo, y nada salió como esperábamos. Y ahí me enfermé yo, luego mi hijo, y nos quedamos casi dos años", confesó.
A principios del año pasado decidieron volver. "Acá la paz te ayuda a que mires para adentro, a que crezcas más", dijo Alejandra. "Pero lo que más valoro de Venado es que mis hijos mamaron ser del interior, ellos iban al colegio con todo tipo de gente y eso los ubica un montón", destacó.
Hay muchas personas de las grandes ciudades que eligen el interior. Dicen que esto las enriqueció porque mejoraron su calidad de vida; aprendieron a disfrutar de la naturaleza, de las cosas simples y de la familia. Al mismo tiempo, relegaron algunas cosas. Pero al final, dicen, la balanza les da un saldo positivo.
Por Marina Huergo
Para LA NACION
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